jueves, 23 de septiembre de 2010

Ya en el título tengo MIEDO de leer lo que voy a escribir.




El sol aún se pone tarde, anochece ya casi con el cansancio del día, cosa que no hace más que significar que aún son raras vacaciones las que me rodean. Tiene de rareza el simple hecho de que volví al trabajo recién terminado Julio. Me veo con esa absurda (y a veces válida) impresión de que con la vuelta a la verdadera ocupación acabaré con este trocito de cerebro enredado, casquería encefálica que parece estar cubriendo todas y cada uno de mis noches.
Sube y baja la curva de mi pecho, retorcido en mí mismo sobre el colchón, abrazo a mi amor y le despierto. El mundo, la vida, TODO se me hace tan grande que el botón del autocontrol salta del cuadro de mandos dejando paso a una maraña de cables chisporroteando.
Me da miedo morirme.
Toda mi realidad modificada por yo que sé qué. Una seguridad de la que ni siquiera alardeaba gracias a lo acostumbrado que estaba a ella ahora me deja migajas en un cajón oscuro y hondo con la luz apagada.
El raciocinio, como si a otro perteneciese, intenta convencerme de lo fácil que es todo, pero la parte podrida dice todo esto que no puedo evitar que me haga daño: "¿Para qué hacerlo, si al final no va a servir para nada?" aplicándolo desde lo más infimo de mi existencia hasta los objetivos esperados para los que más trabajo.
Quizá escribo como autoterapia, esperando encontrar en el vómito literario el desahogo.





Pero vale ya... me da MIEDO que esto se haga más grande.
Me voy a la cama... estoy empezando a identificar este acto de irme a dormir con todo lo que acabo de decir.